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Cultura
Monasterio de La Murta
Sin duda, dentro del patrimonio histórico cultural que atesora la zona de Alzira, hay un ejemplo de incalculable valor que destaca sobre los demás: el Monasterio de Santa María de La Murta.
Situado en el mismo corazón del valle al que debe su nombre, este cenobio llegó a considerarse emporio de cultura y espiritualidad al que acudían en peregrinación reyes, nobles y líderes religiosos.
Según los escritos encontrados en el propio monasterio, los orígenes del mismo datan del siglo XIV, cuando el señor de las tierras de la Murta, Arnau de Serra, decidió donarlas a un grupo de ermitaños que se habían establecido en la zona. Su única condición fue que se fundase una comunidad religiosa que viviese bajo la regla de San Jerónimo.
En 1376, el papa Gregorio XI les concedió una bula para poder fundar un monasterio en el valle y a principios de 1401 comenzaron las obras siguiendo la norma benedictina, es decir, ordenando todos los edificios en torno al claustro y dando mayor importancia a la iglesia. El proyecto se enmarcó dentro del llamado gótico valenciano siendo Jaime Gallent el maestro a cargo de las obras.
En torno al siglo XVI se comenzó el levantamiento de la iglesia, gracias a las donaciones que hicieron llegar a esta comunidad religiosa las familias importantes de la zona como los Vich, que a cambio obtenían beneficios como la posesión de capillas propias o recibir sepultura en el mismo cenobio.
Precisamente esta familia estuvo íntimamente relacionada con el Monasterio y con su época de esplendor, a finales del siglo XVI. Entonces Juan Vich y Manrique de Lara, obispo de Mallorca y arzobispo de Tarragona, así como embajador de España ante la Santa Sede, se encargó de poner en marcha diversas obras de mejora que incluyeron la creación de una gran biblioteca. Otro importante miembro de esta familia, Diego Vich encargó la elaboración del retablo mayor en 1631 y a pesar de su prematura muerte, dejó un gran legado a los monjes que les permitió finalizar las obras promovidas por el mecenas.
La llegada del siglo XIX supuso el comienzo del fin del esplendor religioso de La Murta, y ya con los mecenazgos perdidos, la congragación se vio obligada a vender algunos de sus tesoros para sobrevivir, como fue el caso de numerosas pinturas y obras de arte, además del órgano de la iglesia mayor.
Su clausura llegaría poco después con la desamortización de Mendizábal en 1835. Los monjes que allí habitaban se marcharon y las obras de arte que aún quedaban y entre las que destacaba la imagen de Nuestra Señora de la Murta fueron trasladadas para su custodia a la iglesia de Santa Catalina en Alzira.
Aunque actualmente se encuentra en proceso de recuperación por al Ayuntamiento de Alzira, puede visitarse lo que queda de este conjunto histórico-arquitectónico que fue declarado Bien de Interés Cultural. Se recomienda visitar las ruinas del monasterio y de la casa señorial, dentro de la cual se sitúa el Jardín Romántico y la capella de la Mare de Déu de La Murta. También destaca la gran torre defensiva situada junto a la iglesia y que presenta un estado de conservación muy bueno.
Además en los alrededores todavía sigue en pie un llamativo conjunto formado por una almazara, un acueducto de piedra de ocho arcos encargado de llevar agua a las numerosas balsas del monasterio, así como una antigua nevera, excavada en la montaña.
Igualmente puede resultar de interés visitar la antigua Ermita de Santa Marta, situada a unos 200 del monasterio, junto a la Fuente de la Murta. En esta ermita, rodeada de pinos, es una de las más antiguas del valle, aunque lo que aún se conserva pertenece a una reforma realizada durante el siglo XVIII. En sus orígenes tenía una capilla y una pequeña vivienda donde habitaba el ermitaño y un claustro de pequeñas dimensiones anexo. Cabe destacar la importancia de sus pinturas murales, de las que ha sobrevivido al paso del tiempo la imagen de San Jerónimo con un león junto a él.
Cerca se encuentra también la Ermita del Monte Calvario, una gruta enclavada en la ladera del monte, de la que apenas quedan algunas piedras correspondientes a lo que en su día fuese el oratorio. Su origen se remonta al siglo XIV.
El acceso al Monasterio de Santa María de La Murta se puede hacer a través de una pista forestal llana y sin desnivel de apenas un kilómetro de distancia y atravesando el puente de Felipe II.