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Municipio
Tarazona
Encontramos los orígenes de Tarazona en un asentamiento celtibérico levantado en el siglo I a. C., que sería posteriormente ampliado y amurallado por los romanos que lo llamaron Turiaso, llegando a convertirse en una próspera villa romana de pleno derecho. Posteriormente, en la edad media, Tarazona o Tirasona como se la conocía entonces se convierte en una importante fortaleza visigoda.
Fue también conocida en ese tiempo como la “Ciudad de las Tres Culturas”, ya que en la villa convivían árabes, judíos y cristianos, hecho que ha dejado un amplio legado en la ciudad.
Una muralla exterior protege la cuidad y cada uno de los barrios delimitados con muros de los que aún se observan algunos restos. Su casco antiguo, declarado Conjunto Histórico Artístico, es conocido por su importante patrimonio mudéjar, uno de los mejor conservados de Aragón. Aunque Tarazona atesora diversos rincones con mucho encanto destacan, en el barrio del Cinto, las “casas colgadas” construidas sobre el adarve, y que son las traseras de edificios del siglo XVI.
Varios edificios religiosos comparten protagonismo dentro de la población, siendo la Iglesia de Santa María Magdalena, con su torre mudéjar, el templo más antiguo aún conservado. Su cabecera de tres ábsides es románica y fue construida en el siglo XII.
La catedral de Nuestra Señora de la Huerta, de estilo gótico (siglos XIII-XV) y renacentista, incluye también elementos mudéjares, entre otros su claustro, considerado obra maestra. Su planta basilical consta de una amplia cabecera con girola, un transepto muy acusado y un cuerpo formado por tres naves.
El Palacio Episcopal (siglo XIV-XVI) es un conjunto perteneciente al gótico con muros y taludes de sillería entre los que sobresale un torreón de tres alturas cuya fachada sur está orientada al río. Ésta se sustenta sobre seis arcos de medio punto realizados en ladrillo. Las galerías superiores presentan elementos renacentistas en su fachada, su patio, la cúpula de la escalera noble y el salón de obispos.
La mezquita de Tórtoles, de mediados del siglo XV, y con una sola nave es una de las pocas mezquitas que, construida durante la conquista cristiana, ha perdurado hasta nuestros días.
Tarazona cuenta igualmente con varios conventos como el de San Francisco del siglo XIII, pero con un claustro mudéjar del siglo XV. El de Nuestra Señora de la Concepción y el de Santa Ana, ambos con trazas mudéjares o el de Nuestra Señora de la Merced, del siglo XV y reformado en el XVII, que conserva en su interior un valioso retablo mayor del siglo XVIII; San Joaquín del XVII.
Entre los elementos civiles destacan la Casa Consistorial, antigua lonja, que fue construida en el siglo XVI junto a la muralla en la Plaza Mayor. En su parte superior contaba con una galería de arquillos y su fachada exhibe una decoración escultórica original y está dividida por un largo friso tallado en yeso que representa la marcha de Carlos V tras su coronación en Bolonia como emperador del Sacro Imperio Germánico. La Plaza de Toros Vieja, de finales del siglo XVIII y planta octogonal formada por treinta y dos casas con balconadas abiertas hacia el ruedo, conforman un conjunto muy singular que ha sido declarado Bien de Interés Cultural. Otros monumentos civiles son la casa de Linares, ejemplo de casa señorial mudéjar del siglo XVI; el palacio de los Gil de Borja, con fachada barroca del siglo XVIII; el Palacio y jardín de Eguarás, del siglo XVI, y el Teatro de Bellas Artes, de 1921.
Tarazona ha sido siempre una ciudad de tradición industrial, sobre todo textil y la de fósforos, aunque la ganadería y la agricultura también tienen presencia.
En cuanto a las festividades, como curiosidad indicar que aquí se celebra el “Cipotegato” el 27 de agosto. Es una fiesta celebrada en honor de San Atilano que se alarga hasta el 1 de septiembre y que está declarada de interés turístico regional y nacional. Durante la misma, un personaje disfrazado de arlequín recorre la plaza de España evitando los tomatazos de los presentes. Si gana, le suben a una escultura levantada en la misma plaza en su honor. A partir de ahí, la procesión de las reliquias de San Atilano y una ofrenda de flores y frutas a la Virgen del Río, patrona de la ciudad. Las fiestas se dan por concluidas con la “quema del sapo” donde se prende una imagen de dicho animal.
