Red de Caminos
Naturales
Etapa 24: Torregamones - Gamones
Descripción
Entre encinas y Gamones
Esta etapa de la senda del Duero es la más corta de todo el trazado; en ella apenas se recorren los 3 kilómetros que separan las localidades de Torregamones y Gamones, donde se pueden observar los vestigios de antiguas costumbres de la zona. Los topónimos de ambas localidades provienen del gamón (Asphodelus albus) o vara de San José.
El sendero abandona Torregamones por el paraje del Cerezal, donde aún hoy se conservan los restos de un antiguo potro de herrar construido en granito.
El camino avanza flanqueado por cerramientos de piedra que guardan fincas particulares. La vegetación en esta zona no es demasiado abundante, sólo encontrándose encinas (Quercus ilex) y pequeños arbustos.
Los claros de bosque son visitados por pájaros migratorios como los papamoscas cerrojillos (Ficedula hypoleuca), que se alimentan de pequeños insectos voladores. Además, el color pardo de la tierra es el mejor camuflaje para bisbitas (Anthus trivialis) y totovías (Lullula arborea), que sólo delatan su posición cuando cantan para marcar su territorio
En apenas 1 kilómetro el sendero cruza la carretera ZA-324, saliendo una pista, que más bien parece un camino carretero, que guía los pasos del caminante entre un precioso bosquete de encinas, algunas de ellas trasmochadas.
Poco después, se abre un pasillo bordeado por un cerramiento de piedra y grandes encinas a ambos lados, que crea un corredor con sombra muy agradable cuando aprieta el calor en los meses de verano.
Después de este paso el camino se ensancha y llega al paraje del Puerco, en algo más de 200 metros el sendero se incorpora a la carretera ZA-V-2210 y entra en la localidad de Gamones, fin de esta etapa.
Perfil
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Información adicional
El Gamón
El nombre en latín de esta planta, Asphodelus, proviene de las palabras latinas aspho y delus, que pueden traducirse como “hablador divino” mientras que albus significa en latín blanco, en clara alusión al blanco puro e inmaculado de sus llamativas y vistosas flores.Se trata de una planta ruderal, es decir, que suele crecer en ambientes alterados por la mano del hombre, como bordes de caminos o zonas urbanas.
Como tiene la particularidad de que es una planta que no suele ser dañada por el fuego, ni tampoco le gusta al ganado, y cuando brota lo hace con vigor, con un largo tallo y llamativas y vistosas flores blancas, se ha asociado a la resurrección y el más allá, por lo que era frecuente su presencia en las ceremonias fúnebres.
Esta planta ha tenido numerosos usos a lo largo de la historia. En la cultura persa, con sus bulbos molidos y agua se conseguía una pasta con la que se elaboraba un fuerte pegamento. En la medicina popular han sido utilizadas sus raíces para tratar eczemas de la piel y hemorroides, aunque su mayor aplicación es en jardines naturales y taludes arenosos, donde agarra y supervive con facilidad, siempre que cuenten con un mínimo de nutrientes. Como curiosidad, añadir que su madera es de las mejores para conseguir fuego por fricción.
El potro de herrar
Los potros estaban compuestos, por lo general, por cuatro o seis postes verticales de piedra, aunque también de madera, clavados en el suelo, formando un rectángulo, de tal manera que dentro de él cupiera el animal que habría de herrarse.
Los pilares de los lados más largos estaban unidos con dos vigas horizontales, de las que colgaban unas cinchas de cuero con las que se inmovilizaba al animal. En el frente, se colocaba un yugo de madera donde se sujetaba la cabeza. En la parte superior de los dos postes traseros, existía un travesaño para sujetar el rabo. En la parte trasera, y anclados al suelo, se colocaban dos caballetes en los que, de forma alternativa, se ataban las patas de los animales con cinchos de soga o cuero, para proceder al cambio de herraduras.
Árboles trasmochos, una lección de historia
Una encina trasmochada es un vestigio de lo que fueron los encinares hasta hace cincuenta años: un lugar en el que todos los años, a partir de septiembre, aparecían los leñadores para cortar ramas y preparar la leña para las carboneras.
Las encinas se trasmochaban cuando tenían unos 50 años; se cortaba la guía principal, que producía que junto a la zona del corte apareciesen una serie de ramas que luego se cortaban cada quince o veinte años. Esa madera iba destinada, sobre todo, a las carboneras, que se realizaban en el mismo bosque, y de las que se obtenía el carbón vegetal mediante combustión. Este mismo carbón vegetal era luego empleado como fuente de energía. Otra parte de los troncos, con medidas y formas específicas, eran utilizados para ebanistería.