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CAMINO NATURAL DEL GUADALAVIAR
Siguiendo la senda del “río blanco”
En el siglo X, los árabes llamaron “wadi-al-abyad”, río blanco, al curso de agua que nacía en la Muela de San Juan, en los Montes Universales, con la intención de resaltar la pureza de sus aguas cristalinas. Hoy en día, este río que abraza territorio turolense, presta su nombre a un itinerario que no deja indiferente a quien lo visita y que cautiva por su belleza natural y su riqueza histórica. Hablamos del Camino Natural del Guadalaviar
Viajamos hasta el tranquilo barrio de San Blas, en la ciudad de Teruel, donde comienza el Camino Natural del Guadalaviar. Una ruta que arranca a las afueras de esta población y serpentea a lo largo del cañón del río que le da nombre ofreciendo al viajero la oportunidad de sumergirse en un paisaje impresionante, en el que sobresale una espectacular garganta, y observar la cautivadora vida silvestre que habita en esta zona.
Con poco más de 3 kilómetros en su ruta principal, o 4,6 kilómetros si optamos por recorrer la cornisa sobre el cauce del río, el Camino Natural del Guadalaviar es uno de los más pequeños de la Red de Caminos Naturales de España.
El punto de partida, en la fuente de la Señorita en San Blas, permite divisar las primeras pasarelas que surgen en las inmediaciones de un antiguo molino.Desde este punto, los pasos del senderista seguirán paralelos al cauce de este río desde su margen izquierda, a la que se llega atravesando un pequeño vado de piedras. En esta zona existe un pequeño manantial donde el senderista podrá rellenar su cantimplora con las aguas limpias y frescas que surgen en este enclave.
Sigue el camino atravesando una sucesión de pasarelas y escalinatas que permiten ascender y descender por las escarpadas laderas del cañón, bajo la atenta mirada de rapaces como el águila real, el alimoche y el buitre leonado que sobrevuelan el entrono en busca de su sustento.
Remontando el río blanco
El curso del río Guadalaviar atraviesa paisajes de gran belleza natural, caracterizados por montañas, valles y frondosos bosques. A lo largo de su recorrido, el río forma meandros y cañones, creando un entorno paisajístico diverso y pintoresco.
El Guadalaviar es conocido por su importancia histórica y cultural. A lo largo de sus márgenes, se encuentran numerosos vestigios arqueológicos y monumentos de interés, que reflejan la presencia humana en la región a lo largo de los siglos. Además, el río ha desempeñado un papel crucial en el desarrollo económico y social de las comunidades locales, proporcionando agua para el riego de cultivos y la generación de energía hidroeléctrica.
En la actualidad, el río Guadalaviar es un destino popular para la práctica de actividades al aire libre, como el senderismo, la pesca y el turismo fluvial. Sus aguas tranquilas y su entorno natural hacen de este río un lugar ideal para disfrutar de la naturaleza y desconectar del bullicio de la ciudad.
Dos alternativas, un destino
La ruta, rodeada de exuberante vegetación, está perfectamente señalizada y, a mitad de camino, ofrece dos alternativas para que los excursionistas continúen su aventura: una vía junto al cauce del río, donde se pueden apreciar los restos de una antigua presa medieval y disfrutar de vistas panorámicas y, la otra, ascendiendo por una cornisa a 100 metros de altura, que nos llevará a sorprendernos con unas espectaculares vistas de Teruel y sus alrededores desde un mirador situado al borde del cañón. Esta ruta alternativa conecta con la principal tras descender por un larga escalinata hasta una pradera. Sobra mencionar que bien merece la pena recorrer ambas opciones, ya que cada una de ellas brinda un sinfín de dispares emociones a aquellos que las recorren.
Cultura, tradición y gastronomía
A lo largo del recorrido, se pueden observar una serie de azudes y presas que han sido utilizados durante siglos para aprovechar las aguas del río. Estas estructuras, como la antigua y ruinosamente encantadora presa del Arquillo, obra romana del siglo XIII o XIV que aún muestra su imponente arquitectura tallada en la roca, o el canal azul de la acequia del Cubo, son testigos del ingenio humano en la gestión del agua en este tramo del río.
En tiempos pasados, antes de que el valle fuera inundado por la construcción del embalse del Arquillo en 1967, el río era el motor de molinos harineros, batanes y lavaderos. Además, diversas acequias regaban los fértiles huertos a lo largo de su vega, desde la presa hasta la cola del pantano.
El embalse del Arquillo, que se erige apenas a un kilómetro de la presa original, es hoy un importante hito en la región. Este embalse tiene una capacidad de 22 hectómetros cúbicos y se extiende aproximadamente a lo largo de 8,5 kilómetros, desde la presa hasta los estrechos que marcan su final. Ofrece una vista panorámica impresionante desde su parte superior del conocido Sabinar de San Blas, declarado Lugar de Importancia Comunitaria.
Además, durante el recorrido, se encuentran diversos puntos de interés, como el Mirador del Balsón Grande, el Mirador del Pozo del Chopo y la Cueva de la Murciagana, que permiten apreciar la magnificencia del paisaje y explorar vestigios medievales, como la Caseta de los Moros y los azudes de riego.
En cuanto a la gastronomía, la cocina de la zona refleja fielmente las características de su territorio montañoso. Sus platos típicos están llenos de sabores auténticos y tradicionales, utilizando ingredientes locales como verduras frescas, setas, carnes de ganadería local y caza, así como pescados de los ríos de la región.
Sus recetas, arraigadas en la historia y en la vida rural, están impregnadas de la esencia de la tierra. Desde las migas turolenses hasta las sopas de ajo y la caldereta, cada plato cuenta una historia de sencillez y tradición, con un sabor que transporta a tiempos pasados.
Uno de los tesoros culinarios de la zona es la trufa negra, que añade un toque especial a muchas de sus recetas. Las carnes, especialmente el cerdo y el cordero, son muy apreciadas al igual que el jamón y platos como las magras turolenses y los regañaos son verdaderas delicias locales. En el apartado de postres destacan los melocotones de Calanda, los guirlaches, hechos con caramelo y almendras, la trenza mudéjar y los suspiros de amante, verdaderas exquisiteces de la repostería local.
Queda pues demostrado que el Camino Natural del Guadalaviar es mucho más que un sendero; es un viaje a través del tiempo, donde la naturaleza y la historia se entrelazan con cultura y gastronomía para ofrecer una experiencia única e inolvidable para todos los amantes del senderismo y el deporte al aire libre.
¿A qué esperas? ¡No te pierdas la oportunidad de explorar este tesoro escondido en la provincia de Teruel!
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